Por Aniseh Villanueva
La emoción y el estrés llenaban el ambiente del automóvil en el que viajaba junto con el camarógrafo y la periodista. Eran casi las 10 de la mañana y se había hecho tarde. Íbamos a una velocidad de 120 km por hora.
La razón de esta carrera es muy simple: El presidente de Honduras, Manuel Zelaya, había sufrido un golpe de Estado en plena mañana y ahora se encontraba en Costa Rica.
Llegamos al aeropuerto 20 minutos pasadas las 10. El calor era insoportable. Nos fuimos por la parte de atrás y nos encontramos con todos los automóviles de los periodistas que estaban amontonados en media calle.
Bajamos rápidamente el equipo del carro y caminamos hasta la aguja que impedía el paso a la pista de aterrizaje. El otro camarógrafo ya estaba desde hace rato esperándonos en el lugar.
Nadie sabía nada. Todos estaban muy tensos y ansiosos y se peleaban el campo para estar de primeros en caso de que abrieran la agujilla.
Un policía nos hizo saber que faltaba poco para entrar a tomar las declaraciones de Zelaya. El calor insoportable hizo la espera eterna. El sol nos pegaba directamente y no había donde encontrar sombra.
Luego, uno de los policías empezó a tomar credenciales de algunos periodistas, lo que era señal de que ya era hora. Todos empezaron a meterse. Los dos camarógrafos y yo nos pasamos como pudimos por debajo de la aguja y empezamos a correr, mientras que la periodista ya se nos había adelantado.
Llegamos a un garaje de avionetas. Habían improvisado una mesa larga con dos escritorios de oficina. Tenían colocada una alfombra roja en frente del escritorio. El espacio de la prensa estaba rodeado por la cinta amarilla de la fuerza pública.
- ¡Cámaras atrás y fotógrafos adelante! - gritó un oficial robusto, quien llevaba la placa colgando de su cuello.
La lucha empezó. Los periodistas se empujaban, los fotógrafos uno encima del otro y los camarógrafos hacían lo posible por acomodarse en el mejor ángulo.
Después de un rato, se abrió la puerta y salió un hombre de bigote vestido con camiseta de dormir blanca. Tenía el cabello negro peinado hacia atrás y unos anteojos sin aro. Era Zelaya.
Óscar Arias, junto con la ministra de seguridad Jeanina del Vecchio, y con el ministro de la presidencia Rodrigo Arias, salieron con él y se sentaron a su lado. Luego de unas breves palabras del presidente de Costa Rica, escuchamos la esperada declaración del mandatario hondureño.
“Mel”, como le conocen en Honduras, contó que un grupo de militares ametralló los portones de su casa de habitación a las 5 de la mañana.
- Cuando me asomé estaban golpeando a uno y amarrando a otros y tirándolos al suelo.
Zelaya, sin comprender bien lo que ocurría, bajó rápidamente a avisarle a una de sus hijas que había un asalto en la casa. En ese momento, cerca de 8 o 10 encapuchados de casco verde olivo, lo tomaron por la fuerza y lo sacaron a empujones de su casa.
- ¡Suelte el celular!, ¡si no suelta el celular le vamos a disparar!- le gritó uno de los militares mientras lo encañonaban con armas de grueso calibre muy de cerca para atemorizarlo, hasta que uno de ellos le arrebató el teléfono de la mano.
Luego lo subieron a un carro y se lo llevaron de inmediato amarrado para el aeropuerto, en donde lo montaron en el avión presidencial.
- Los pilotos, que son los dos capitanes que vuelan conmigo siempre desde hace tres años, no quisieron ni abrir la ventanilla de la vergüenza.
Zelaya asegura que el avión dio varias vueltas por lo dedujo que no estaban muy seguros de donde dejarlo. Cuando se dio cuenta, el avión estaba aterrizando y lo hicieron bajado a empujones en suelo costarricense.
- No me asesinaron porque Dios es grande.
Todos lo miraban con atención y no perdían detalle de lo que decía, sobretodo cuando llegó la sesión de preguntas.
Apenas terminó la conferencia, el mandatario hondureño, se levantó junto con los Arias y la ministra y entraron de inmediato por la puerta de la que habían salido al inicio, sin darle tiempo a la prensa de nada.
Se nos dieron cerca de 10 minutos para recoger todo y luego nos echaron del lugar. Los oficiales nos acompañaron para asegurarse de que nadie se quedaba.
En una declaración posterior ese mismo día, Manuel Zelaya dijo que su esposa e hijos estaban a salvo asilados en diferentes embajadas.
Sin embargo, el resto de su gabinete y funcionarios no corrieron la misma suerte, puesto que el mandatario asegura que la canciller Patricia Rodas fue detenida esa misma mañana y aun la tienen en una unidad militar. Los embajadores de diferentes países fueron golpeados. Los medios de comunicación están intervenidos y censurados y, como si esto fuera poco, cortaron la electricidad en todo el país.
El destino de esta nación centroamericana aun es incierto. Este inesperado golpe de Estado desató una oleada de violencia en las calles de Honduras. La comunidad internacional reprobó la acción tomaba por el Congreso hondureño y piden la restitución del presidente Manuel Zelaya.
La razón de esta carrera es muy simple: El presidente de Honduras, Manuel Zelaya, había sufrido un golpe de Estado en plena mañana y ahora se encontraba en Costa Rica.
Llegamos al aeropuerto 20 minutos pasadas las 10. El calor era insoportable. Nos fuimos por la parte de atrás y nos encontramos con todos los automóviles de los periodistas que estaban amontonados en media calle.
Bajamos rápidamente el equipo del carro y caminamos hasta la aguja que impedía el paso a la pista de aterrizaje. El otro camarógrafo ya estaba desde hace rato esperándonos en el lugar.
Nadie sabía nada. Todos estaban muy tensos y ansiosos y se peleaban el campo para estar de primeros en caso de que abrieran la agujilla.
Un policía nos hizo saber que faltaba poco para entrar a tomar las declaraciones de Zelaya. El calor insoportable hizo la espera eterna. El sol nos pegaba directamente y no había donde encontrar sombra.
Luego, uno de los policías empezó a tomar credenciales de algunos periodistas, lo que era señal de que ya era hora. Todos empezaron a meterse. Los dos camarógrafos y yo nos pasamos como pudimos por debajo de la aguja y empezamos a correr, mientras que la periodista ya se nos había adelantado.
Llegamos a un garaje de avionetas. Habían improvisado una mesa larga con dos escritorios de oficina. Tenían colocada una alfombra roja en frente del escritorio. El espacio de la prensa estaba rodeado por la cinta amarilla de la fuerza pública.
- ¡Cámaras atrás y fotógrafos adelante! - gritó un oficial robusto, quien llevaba la placa colgando de su cuello.
La lucha empezó. Los periodistas se empujaban, los fotógrafos uno encima del otro y los camarógrafos hacían lo posible por acomodarse en el mejor ángulo.
Después de un rato, se abrió la puerta y salió un hombre de bigote vestido con camiseta de dormir blanca. Tenía el cabello negro peinado hacia atrás y unos anteojos sin aro. Era Zelaya.
Óscar Arias, junto con la ministra de seguridad Jeanina del Vecchio, y con el ministro de la presidencia Rodrigo Arias, salieron con él y se sentaron a su lado. Luego de unas breves palabras del presidente de Costa Rica, escuchamos la esperada declaración del mandatario hondureño.
“Mel”, como le conocen en Honduras, contó que un grupo de militares ametralló los portones de su casa de habitación a las 5 de la mañana.
- Cuando me asomé estaban golpeando a uno y amarrando a otros y tirándolos al suelo.
Zelaya, sin comprender bien lo que ocurría, bajó rápidamente a avisarle a una de sus hijas que había un asalto en la casa. En ese momento, cerca de 8 o 10 encapuchados de casco verde olivo, lo tomaron por la fuerza y lo sacaron a empujones de su casa.
- ¡Suelte el celular!, ¡si no suelta el celular le vamos a disparar!- le gritó uno de los militares mientras lo encañonaban con armas de grueso calibre muy de cerca para atemorizarlo, hasta que uno de ellos le arrebató el teléfono de la mano.
Luego lo subieron a un carro y se lo llevaron de inmediato amarrado para el aeropuerto, en donde lo montaron en el avión presidencial.
- Los pilotos, que son los dos capitanes que vuelan conmigo siempre desde hace tres años, no quisieron ni abrir la ventanilla de la vergüenza.
Zelaya asegura que el avión dio varias vueltas por lo dedujo que no estaban muy seguros de donde dejarlo. Cuando se dio cuenta, el avión estaba aterrizando y lo hicieron bajado a empujones en suelo costarricense.
- No me asesinaron porque Dios es grande.
Todos lo miraban con atención y no perdían detalle de lo que decía, sobretodo cuando llegó la sesión de preguntas.
Apenas terminó la conferencia, el mandatario hondureño, se levantó junto con los Arias y la ministra y entraron de inmediato por la puerta de la que habían salido al inicio, sin darle tiempo a la prensa de nada.
Se nos dieron cerca de 10 minutos para recoger todo y luego nos echaron del lugar. Los oficiales nos acompañaron para asegurarse de que nadie se quedaba.
En una declaración posterior ese mismo día, Manuel Zelaya dijo que su esposa e hijos estaban a salvo asilados en diferentes embajadas.
Sin embargo, el resto de su gabinete y funcionarios no corrieron la misma suerte, puesto que el mandatario asegura que la canciller Patricia Rodas fue detenida esa misma mañana y aun la tienen en una unidad militar. Los embajadores de diferentes países fueron golpeados. Los medios de comunicación están intervenidos y censurados y, como si esto fuera poco, cortaron la electricidad en todo el país.
El destino de esta nación centroamericana aun es incierto. Este inesperado golpe de Estado desató una oleada de violencia en las calles de Honduras. La comunidad internacional reprobó la acción tomaba por el Congreso hondureño y piden la restitución del presidente Manuel Zelaya.
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