martes, 7 de julio de 2009

Las huellas del alma

Por Melissa Alvarez
Ocho meses han pasado desde que Angie Peraza, de 25 años, fue atacada junto con dos de sus compañeras luego de salir del trabajo. Hoy, espera el juicio que determinará el fin de esta trágica pesadilla.

Era la una de la mañana del martes 28 de octubre. Angie Peraza, deseaba regresar a casa para descansar luego de un largo día de trabajo en el casino White House en Escazú. La madrugada era fría, el viento soplaba con mucha fuerza.
-Buenas noches-, le dijo a sus compañeros de trabajo y tomó el bolso negry grande con sus pertenencias y se preparó para marcharse junto con dos de sus amigas.
Llegaría a la casa, su esposo la recibiría, comería algo y finalmente dormiría en la cama en que había deseado descansar durante todo el día. Pero sus planes cambiaron.
Luego de despedirse, Angie abordó el auto de una de sus amigas. En ese momento sólo podía pensar que ya pronto estaría en su casa, acostada viendo televisión para quedarse profundamente dormida y empezar así normalmente otro día; un día como cualquier otro.
-¡Nos vamos!-, le dijo a sus amigas. -¡Estoy cansadísima!
Su amiga toma el volante y se marchan del lugar.
No habían pasado los 100 metros, cuando el auto en que viajaban, un Toyota Echo dorado, con la placa 755994, fue interceptado por un carro blanco, en el cuál había dos tipos.
-¿Qué pasa? ¡Tomen nuestras pertenencias pero no nos hagan daño!,- gritó Angie con toda la fuerza que no sabía que su voz tenía.
El miedo, invadió su corazón, sus manos sudaban, sentía sus labios temblar. Los escalofríos se apoderaron de todo su cuerpo. Temía lo peor. Pedía a Dios que le ayudara, estaba muy asustada.
Los asaltantes, uno gordo y uno flaco, de mal olor, no podían controlar la situación y decidieron deshacerse de una de sus víctimas, esa fue Angie. Al llegar a un desolado lote la lanzaron del auto y le dieron dos disparos. Ambos tiros impactaron su cabeza. Angie sentía que se ahogaba en su propia sangre. Pensó en su hija.
-¿Cómo le van a decir que a su mami la mataron?
Ese pensamiento no salió de su cabeza. Pidió perdón a Dios por todos sus pecados, sintió por un momento que ya había muerto y recordó la sonrisa de hija al verla y decirle
-¡Mami!.
De pronto, escuchó un ruido y se percató de la situación.
-¡Estoy viva, AYUDA!
No sentía dolor, y con las pocas fuerzas que le quedaban se arrastró por la calle fría y sucia en busca de un buen samaritano que le diera una mano.
Se arrastró hacia los portones de las casas.
-¡AUXILIO, ayúdenme por favor!, suplicaba Angie.
Lamentablemente, los habitantes del lugar cegados por el miedo, decidieron no salir a rescatar a la joven muchacha, quien se quitaba la sangre de la cara con su abrigo.
Molesta por la cobardía de los vecinos, decidió seguir arrastrándose hasta que una mujer salió de su casa y le dijo:
- muchacha voy a ayudarte.
Inmediatamente, la señora llamó a la policía y a la ambulancia. Angie, consciente del acto de la mujer, le agradeció con todo su corazón.
Veinte horas más tarde, Angie, la joven madre, esposa y amiga, era operada en el Hospital México. Su familia no podía creer lo que había ocurrido.
Luego de la operación, miró a su alrededor, habían policías en su puerta, personas llorando. La pintura del cuarto era de un color claro y tenía algunas manchas. Entonces, recordó lo que había sucedido y preguntó:
-¿y mis amigas? ¿cómo están ellas?.
Los oficiales para calmarla, decidieron mentirle y sin más preámbulos le dijeron:
-Ellas están muy bien, sobrevivieron, no te preocupes.
Lo que Angie desconocía era que una de ellas había fallecido en el trágico incidente.
Pasaron cuatro días, en que las personas venían y salían de su cuarto, excepto por los policías, que siempre vigilaron con cautela la entrada de su habitación. Eso la hacía sentir segura. Inmediatamente le dieron de alta y un psicólogo habló con ella y le dijo la verdad:
-Yerlin murió.
Angie sintió un aire frío que recorrió todo su cuerpo y no hallaba explicación.
La joven regresó a casa con miedo de ser encontrada nuevamente por los salvajes que la intentaron matar. No pudo ver a su hija por quince días. El padre de la niña le dijo:
-“tu mami tuvo un accidente en carro”.
La niña preguntó con lágrimas en sus ojos:
-¿Y se murió?
El padre de la menor, quien una vez había compartido su vida con Angie, soltó sus lágrimas y le contestó que ella estaba bien, que mamita sólo había perdido un ojo.
Cuando la niña pudo ver a su mamá la abrazó, le dijo que la quería, y la madre le explicó toda la verdad, con el fin de que no se enterara de otra manera. Se abrazaron como si tuvieran años de no verse. Angie sintió nuevamente las fuerzas que necesitaba para vivir.
Las secuelas de esa madrugada fría, trágica del 28 de octubre son claramente visibles. Angie perdió su ojo derecho, así como dos de sus sentidos: el del olfato y el del gusto.
Hoy, luego de 8 meses, Angie continúa incapacitada, y asegura haber perdonado a los malhechores.
-“No les guardo ningún rencor”, asegura.
Espera con miedo el juicio que se realizará en contra de los asesinos.
-“tengo miedo de que me maten para que no hable”.
Lo único que le pide a Dios es que se haga justicia, y que no permita que estos hombres continúen haciendo el daño que le hicieron a ella, y a otras dos muchachas en esa noche fría del 28 de octubre.
Para ella, es injusto que las leyes continúen igual, y los asaltantes ni siquiera teman ir a la cárcel.
Mientras tanto ella, seguirá recordando cada momento de su ataque, en sus sueños, pesadillas que la atormentan y que espera algún día sacar para siempre de su vida.

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