jueves, 20 de agosto de 2009

Una charla y un vino en Buenos Aires

Por Diego Castillo
Una linda y cálida noche de miércoles llena de tentaciones invita a abandonar la rutina diaria y salir a dar un paseo por las calles de la capital. Buenos Aires se contempla como un buen destino.
Cerca de las siete de la noche un grupo de compañeros de la clase de periodismo que arrancaba ese día a las 6 de la tarde, junto con el profesor, un tipo de estatura media, cabellera blanca, muy abundante y un poco desordenada, piel clara, vestido con saco negro y corbata, pantalones y zapatos negros, y lentes delgados y transparentes, y cara amigable, procedentes de las instalaciones de la universidad, en Lourdes de Montes de Oca, nos encontramos en el bar Buenos Aires en el Carmen de San José.
En una esquina del Bario Aranjuez, muy cerca de la iglesia Santa Teresita, se encuentra el viejo bar de madera, mitad beis, mitad café, su vieja estructura y una ventana quebrada no atrae a los jóvenes a ingresar a sus aposentos.
Entramos al bar, sus paredes durante 100 años han sido testigos de innumerables anécdotas. Cientos de almas, algunas en profunda tristeza, han estado entre esos muros de madera tratando de ahogar sus penas en una botella de alcohol, o simplemente teniendo una buena charla con el resto de la clientela.
En el fondo del bar, al otro lado de la barra, unimos cuatro pequeñas mesas de madera y nos sentamos como formando un círculo. En el centro había una silla sin cliente, tan solo acompañada por una copa de vino tinto que se encontraba al frente, encima de la mesa.
Entró Mario Zaldívar, señor de edad bastante avanzada, pero con gran energía, de piel quemada, estatura media, sus mejillas y alrededores de su boca cubiertos por una barba blanca no demasiado abundante que se conecta hasta su cabellera la cuál comparte el mismo color, cubierta por un sombrero digno de todo un gran señor, camisa de botones, de pequeños y numerosos cuadros de tonos celestes y blancos. Con gran presencia se acercó a una de las mesas y se sentó en la desocupada silla de madera.
Don Mario, ex director ejecutivo de CONAPE y escritor de cuentos, poesías y novelas, saludó a los presentes en aquella mesa redonda con figura cuadrada. Me puso cómodo y tomó un sorbo de vino de la copa dejándola casi por la mitad.
“Después de la luz roja”, “Ahora usted juega señor Capablanca” y “Herido de sombras” son las tres novelas de este talentoso escritor costarricense. Esta última, de drama, pudor y enfrentamiento, entrelaza varias historias de éxito perdido, soledad, pasión y riesgos. Esta novela fue la que nos convocó a ese viejo recinto.
La noche transcurrió en preguntas de mis compañeros hacia don Mario, algunas conservadoras, otras un poco más picantes. Las respuestas de Mario eran escuchadas atentamente por los presentes, estudiantes universitarios de edades entre los 18 a 25 años que le daban una pequeña dosis de remozamiento al lugar.
Entre pregunta y pregunta don Mario tomaba un trago de vino. Algunos compañeros comían bocas del bar como papas, chifrijo y carne en salsa. Otros fumaban, otros rían, todos bebían, la mayoría cerveza, que comenzaron a llenar la mesa y una que otra gaseosa, muchos tomaban apuntes de las respuestas de don Mario y una grabadora de voz le hacía compañía a su vino tinto.
“La novela (Herido de sombras) me gustó mucho, pero es muy pesimista, al final los actores principales terminan muy mal. ¿Por qué tan pesimista? le cuestioné a Mario cuando ya varios compañeros habían abandonado la sala. Aunque yo no soy una persona pesimista mi novelas sí, si usted lee mis otras dos novelas también son así, esto es literatura moderna, de golpe, de tragedia, de dolor. Con situaciones felices eso es del siglo XVIII… esto es moderno, si usted me pone a escribir sobre cosas de felicidad no le escribo ni tres palabras”.
Conforme avanzaba la noche los estudiantes y otras personas que se encontraban en el fondo del lugar fueron abandonando los aposentos de la centenaria cantina.
Muchachos yo ya me voy pero ustedes si quieren se quedan aquí, nos dijo el profesor del curso de Estilos Especiales de Periodismo, seguidamente anunció su retirada a los demás compañeros y a don Mario. Pero antes de que el profesor se marchara junto con las compañeras que aún estaban presentes, nos tomamos unas fotos junto con don Mario.

Entró un señor de pieles escurridas, de buena estatura, pelo gris con algunos tonos blancos, piel clara con una pizca de canela y con un porte de político corrupto y una copa de vino tinto en la mano derecha, y se sentó en una silla a la izquierda de Mario, era un conocido de don Mario.
Al final de la noche solo quedamos don Mario Zaldívar, su amigo, mis dos compañeros de periodismo y yo.
Don Mario tomó otro trago de vino mientras el reloj marcaba casi las once y, segundos después se levantó anunciando su partida, nos despedimos con un poco de emotividad; seguidamente abandonó la sala junto con su camarada, pasaron por el estrecho camino entre la barra y una de las paredes del bar, para terminar encontrándose con la salida.
Detrás de ellos, junto con mis dos compañeros, Alejandro y Miguel, salí de la puerta del bar Buenos Aires, mientras sus añejas paredes de madera recopilaban una historia más para contar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario