miércoles, 5 de agosto de 2009

Una función desde afuera


Por Catalina Flores


Martes, un día normal, llegué al centro de San José, era un medio día soleado y caliente, tenía ganas de salirme de la rutina.
Caminaba sin horizonte, a mi derecha el viejo pero muy conservado Teatro Nacional.
Una fila de gente encopetada lucía uno que otro traje de su closet.
Era la función de teatro al medio día.
Se presentarían cuatro jóvenes pianistas del Instituto Superior de Artes de Costa Rica, tres de ellos costarricenses y uno salvadoreño.
Esa cola de personas llamó mi atención y decidí sentarme en una larga banca que divide el legendario Gran Hotel Costa Rica del bulevar que está al frente del teatro para mirar esta fila.
Quería disfrutar de una función, no de teatro pero si de curiosidad y gratis.
Nunca antes me había sentado en pleno centro josefino, mucho menos en la Plaza de la Cultura, recuerdo que de niña pasaba por ahí cuando acompañaba a mi mamá a hacer algunos mandados y siempre me preguntaba : -¿Qué hace la gente sentada en medio San José? ¿La gente nunca tiene nada que hacer? ¿La gente es vaga o es simple diversión?
Bueno, en esa banca vi de todo.
Me senté a la par de unas señoras, se lamentaban por no haber podido entrar al teatro:
- ¡Qué lastima! Pero es que llegamos muy tarde.
- Si, lastima, yo hasta saqué permiso en el trabajo, pero está bueno, todo pasa por dejar todo para último.
A mi otro lado tenía un señor que como yo estaba solo, con los codos recostados sobre el respaldar de la sillas y sus pies cruzados, sin que nada lo estresara veía la gente pasar.
La Ministra de Cultura estaba llegando, con simpatía saludaba a todo aquel que se le arrimaba y una colega de un noticiero le pedía una entrevista.
Yo estaba sentada, en mis regazos tenía el bolso y sobre él mis manos, disfrutaba ese momento, no me imaginé estar sentada ahí, pensaba en las veces que había pasado por ese lugar constantemente repetía las mismas preguntas.
Pero ese pensamiento fue interrumpido bruscamente por un indigente que exclamó:
-¿Me regala un billetito?
De inmediato se inclinó y tomó mi mano derecha y empezó a acariciar la pulsera que andaba
-¡Que linda pulsera! ¡Que linda pulsera!
Solo podía ver su mano sucia con las uñas largas y amarillas sobre mi mano.
Estaba en sorprendida.
No podía dejar de ver su mano sobre mi mano. No reaccionaba.
Él no dejaba de acariciarme y decir:
-¡Que linda pulsera! ¡Que linda pulsera!
Él sujetaba fuertemente mi mano y no podía soltarla, cuando de pronto nada más siento que pone la mano que le quedaba libre entre mis piernas.
De inmediato me vuelve a ver, ya me estaba cayendo la peseta de lo sucedido, vio mi cara de asombro, soltó mi mano y se fue.
Mi bolso era grande, por suerte y evitó que este indigente subiera sus sucias manos por mis piernas e hiciera de esta función todo un espectáculo.
El pordiosero siguió perturbando a otras personas que tuvieron la oportunidad de alejarlo de una sola vez.
En pleno San José, a plena luz del día, mucha gente alrededor y nadie hizo nada, ni siquiera yo.
Lo peor fue que en todo el tiempo que estuve sentada ni observé ni a un solo policía a quien contarle mi suerte.
Quería cambiar mi rutina, y así fue, fui complacida, comprobé que la gente que se sienta en una banca en San José no tiene nada que hacer, que a esta cuidad es mejor andarle de larguito y por último no es necesario entrar a un teatro para disfrutar de una función.

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